BUSCANDO LA PAZ
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.
Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir del la violenta caída de agua, estaba sentado placidamente un pajarito en su nido...
¿Paz perfecta...? ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El Rey escogió la segunda.
¿Sabes por qué?
"Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."
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En la ribera del Oka - De León Tolstoi
En la ribera del Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no era fértil pero, labrada con constancia, producía lo necesario para vivir con holgura y aún daba para guardar algo de reserva.
Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos al poco tiempo se hicieron conocidos por todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías, en las que ocasionaban destrozos en los sembrados; las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados.
Nicolai, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que defendieran su casa, sus campos y sus tierras.
Pero, al tiempo que cada campesino –para estar mejor defendido- aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado.
Al principio, los nuevos guardianes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías.
Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se hicieron también con sabuesos, y así, al cabo de pocos Años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y armaban tal escándalo que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, cerraban bien sus puertas y decían:
- ¡Dios mío! ¿Qué sería de nosotros sin estos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas?
Entretanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día, se quejaban de su suerte delante del hombre más viejo y sabio del lugar, y como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:
- La culpa la tenéis vosotros; os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos, que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos. - Son los defensores de nuestros hogares- exclamaron los labradores. - ¿Los defensores? ¿De quién os defienden? - Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos. - ¡Ciegos, ciegos! –contestó el anciano- ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos, y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares.
Y siguiendo el consejo del anciano, se deshicieron de sus defensores y un Año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones, y en el rostro de sus hijos sonreía la salud y la prosperidad.
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· Las lágrimas del dragón, Cuento japonés
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.
Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir del la violenta caída de agua, estaba sentado placidamente un pajarito en su nido...
¿Paz perfecta...? ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El Rey escogió la segunda.
¿Sabes por qué?
"Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."
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En la ribera del Oka - De León Tolstoi
En la ribera del Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no era fértil pero, labrada con constancia, producía lo necesario para vivir con holgura y aún daba para guardar algo de reserva.
Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos al poco tiempo se hicieron conocidos por todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías, en las que ocasionaban destrozos en los sembrados; las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados.
Nicolai, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que defendieran su casa, sus campos y sus tierras.
Pero, al tiempo que cada campesino –para estar mejor defendido- aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado.
Al principio, los nuevos guardianes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías.
Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se hicieron también con sabuesos, y así, al cabo de pocos Años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y armaban tal escándalo que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, cerraban bien sus puertas y decían:
- ¡Dios mío! ¿Qué sería de nosotros sin estos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas?
Entretanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día, se quejaban de su suerte delante del hombre más viejo y sabio del lugar, y como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:
- La culpa la tenéis vosotros; os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos, que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos. - Son los defensores de nuestros hogares- exclamaron los labradores. - ¿Los defensores? ¿De quién os defienden? - Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos. - ¡Ciegos, ciegos! –contestó el anciano- ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos, y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares.
Y siguiendo el consejo del anciano, se deshicieron de sus defensores y un Año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones, y en el rostro de sus hijos sonreía la salud y la prosperidad.
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· Las lágrimas del dragón, Cuento japonés
Lejos, muy lejos, en la profunda caverna de un país extraño, vivía un dragón cuyos ojos centelleaban como tizones ardientes.
Las gentes del entorno estaban asustadas y todos esperaban que alguien fuera capaz de matarlo. Las madres temblaban cuando oían hablar de él, y los niños lloraban en silencio por miedo a que el dragón les oyese.
Pero había un niño que no tenía miedo:
- Taró, ¿a quién debo invitar a la fiesta de tu Cumpleaños? - Mamá, quiero que invites al dragón. - ¿Bromeas?, - dijo la madre. - No, quiero que invites al dragón, - repitió el niño.
La madre movió la cabeza desolada. ¡Qué ideas tan extrañas tenía su niño! ¡No era posible! Pero el día de su Cumpleaños, Taró desapareció de casa. Caminó por los montes, atravesando torrentes y bosques, hasta que llegó a la montaña donde vivía el dragón.
- ¡Señor dragón! ¡Señor dragón!, -gritó con voz vibrante. - ¿Qué pasa? ¿Quién me llama?, - pensó el dragón, sacando la cabeza fuera de su enorme caverna. - Hoy es mi Cumpleaños y mi madre preparará un montón de dulces, -gritaba el niño-. He venido para invitarte.
El dragón no podía creerse lo que oía y miraba al niño gruñendo con voz cavernosa. Pero Taró no tenía miedo y continuaba gritando:
- ¡Señor dragón! ¿Vienes a mi fiesta de Cumpleaños? Cuando el dragón entendió que el niño hablaba en serio, se conmovió y empezó a pensar: - Todos me odian y me temen. Nadie me ha invitado nunca a una fiesta de Cumpleaños. Nadie me quiere. ¡Qué bueno es este niño!
Y mientras pensaba esto, las lágrimas comenzaron a descolgarse de sus ojos. Primero unas pocas, después tantas y tantas que se convirtieron en un río que descendía por el valle.
- Ven, móntate en mi grupa - dijo el dragón sollozando- te llevaré a tu casa.
El niño vio salir al dragón de la madriguera. Era un reptil bonito, con sutiles escamas coloradas, sinuoso como una serpiente, pero con patas muy robustas.
Taró montó sobre la espalda del feroz animal y el dragón comenzó a nadar en el río de sus lágrimas. Y mientras nadaba, por una extraña magia, el cuerpo del animal cambio de forma y medida y el niño llegó felizmente a su casa, conduciendo una barca con adornos muy bonitos y forma de dragón.
LA PALOMA MARI PAZ
La luna grande y redonda, como una pelota de plata, brillaba en lo alto del cielo. Esa noche hacia tanto calor en la selva que el mono Tono no era capaz de coger el sueño. Harto de dar vueltas en su rama, bajó a la laguna a darse un baño. -¡Vaya! –Exclamó al asomarse a las aguas tranquilas- ¡Una tarta de nata! ¿Qué rica! Me la voy a comer entera yo solito. En ese momento pasaba por allí la elefanta Amaranta, dispuesta a llenar su trompa de agua para darse una refrescante ducha. Cuando Amaranta vio al mono Tono preparado para hincarle el diente a una enorme tarta de nata que flotaba en mitad de la laguna, se puso a barritar: -¿Cómo te atreves, mono mamarracho? –Le gritó levantando la trompa-. Esa tarta será para mí. -Y ¿por qué? –Le preguntó enfadado el mono Tono- La tarta es mía: ¡yo la vi primero! -¡Ah!, no, no, ni hablar. Es mía porque soy la más fuerte de la selva. Y si no estás de acuerdo, emplearé toda mi fuerza contra ti y te haré papilla. El mono Tono, atemorizado, decidió volverse a su rama. La elefanta Amaranta iba a empezar a darse un atracón de tarta de nata, cuando acertó a pasar por allí el león Ramón. -Huy, qué sed tengo –se dijo Ramón-. Voy acercarme a la laguna para beber su agua fresquita. Pero al llegar a la orilla, vio a la elefanta Amaranta a punto de ponerse como el quico. -¿Cómo te atreves, elefanta sin seso, a comerte un tarta sin mi permiso? Esa tarta es mía. -Pero, ¿por qué? –se atrevió a preguntar la elefanta. -Pues porque soy el rey y todo lo que hay en la selva me pertenece. Y si te atreves a rechistar, utilizaré mi poder para expulsarte de mi reino. Impresionada por el brillo de la corona real, la elefanta no se atrevió a decir ni mu y decidió alejarse. El león estaba ya relamiéndose de gusto y abriendo sus fauces para engullir de un solo bocado la enorme tarta. En ese preciso instante salió del agua la hipopótama Pótama, que se estaba dando su baño nocturno. -¿Cómo te atreves, león presuntuoso? Esa tarta es de mi propiedad. -Pero, ¿por qué? –Rugió el león-. Yo soy el rey de la selva. -Tú serás todo lo rey de la selva que quieras, pero en esta charca la que manda soy yo. Y si me robas lo que está en mi territorio, no te dejaré que te vuelvas a acercar a beber a la laguna. El león sabía que el agua era muy importante para poder vivir. Así que pensó que lo más prudente era marcharse por donde había venido. La hipopotama Pótama, dando un berrido espeluznante, se metió en el agua de nuevo para comerse la tarta. Más no pudo hacerlo, porque oyó los gritos de protesta de la urraca Paca que volaba alrededor de la laguna: -¿Cómo te atreves, hipopótama insensata? Esa tarta tiene que ser mía. -Pero...¡hip!, ¿por qué? –preguntó la hipopótama con un ataque de hipo. -Pues porque soy el animal más rico de estos contornos y puedo comprarlo todo con mis riquezas. ¿A que no podrás resistirte a darme la tarta a cambio de este puñado de piedras brillantes? –le propuso la urraca, mostrándole un montón de rubíes, esmeraldas y diamantes. Al ver tanta riqueza, a la hipopótama se le encendieron los ojillos de codicia. Sin perder ni un segundo, Pótama cogió las piedras preciosas y salió corriendo. Entre tanto, con tanta discusión y tanto ir y venir de animales, se había hecho de día. La luna se había marchado a dormir y, en su lugar, lucía un gran sol amarillo. Cuando la urraca se lanzó sobre la laguna para darse un festín, se dio cuenta de que...¡la tarta había desaparecido! -¡Eh!, tú, hipopótama Pótama, ven aquí ahora mismo. Seguro que has sido tú la que te has comido la tarta. -¡Ah!, no, ni hablar, yo no he sido –contestó indignada la hipopótama. Seguro que ha sido el león Ramón. -Pero, qué dices, si yo ni siquiera la he probado –se defendió el león-. Seguro que ha sido la elefanta Amaranta. -¡¿Cómo?! ¡Que yo me he comido la tarta! Serás mentiroso. Yo no como tarta de nata desde que era pequeña. Seguro que ha sido el mono Tono. -¡¿Yo?! Como voy a comérmela yo, si llevo un montón de tiempo subido en mi rama escuchando vuestros gritos. Seguro que ha sido la urraca Paca. Y así, echándose la culpa y discutiendo sin parar se pasaron horas y horas hasta que volvió a hacerse de noche. -Mirad –gritó el mono Tono-. La tarta vuelve a estar en medio de la laguna. Al verla, todos los animales se abalanzaron sobre ella, pero cuando fueron a morderla, sólo consiguieron darse un buen coscorrón y llenar sus bocas de agua del lago. -¿Qué es esto? –Vociferaron indignados- ¿Adónde ha ido a parar? Un risa alegre, que tintineaba como una campanilla, llamó la atención de los animales. Era la paloma Mari Paz que lo había visto todo desde el cielo. -Ji, ji, ji, ji, ji –reía divertida Mari Paz-. ¿Pero no os dais cuenta de que la tarta de nata no es más que la luna llena que se refleja en la laguna? Menudo chasco se llevaron Tono, Amaranta, Ramón, Pótama y Paca. Tanto tiempo discutiendo para eso. A la paloma Mari Paz le dio mucha pena ver sus caras de decepción. -Venid conmigo –les dijo— Os voy a invitar a pastel de chocolate, lo he cocinado yo misma esta mañana. -Pero... ¿por qué? –Le preguntó el mono Tono- ¿Es tu cumpleaños? -¡Oh!, no, no es mi cumpleaños, ni mi santo, ni nada de eso. Es que estoy convencida de que compartiendo las cosas, se disfruta más de ellas. Y yo voy a disfrutar mucho más de mi pastel si lo comemos todos juntos. Y alrededor de la laguna, mirando la luna de plata, aquella pandilla de animales se lo pasó de maravilla comiendo pastel de chocolate y riéndose sin parar. Después de mucho comer, aprendieron de este encuentro que compartir y ofrecer hace coquillas por dentro.
La luna grande y redonda, como una pelota de plata, brillaba en lo alto del cielo. Esa noche hacia tanto calor en la selva que el mono Tono no era capaz de coger el sueño. Harto de dar vueltas en su rama, bajó a la laguna a darse un baño. -¡Vaya! –Exclamó al asomarse a las aguas tranquilas- ¡Una tarta de nata! ¿Qué rica! Me la voy a comer entera yo solito. En ese momento pasaba por allí la elefanta Amaranta, dispuesta a llenar su trompa de agua para darse una refrescante ducha. Cuando Amaranta vio al mono Tono preparado para hincarle el diente a una enorme tarta de nata que flotaba en mitad de la laguna, se puso a barritar: -¿Cómo te atreves, mono mamarracho? –Le gritó levantando la trompa-. Esa tarta será para mí. -Y ¿por qué? –Le preguntó enfadado el mono Tono- La tarta es mía: ¡yo la vi primero! -¡Ah!, no, no, ni hablar. Es mía porque soy la más fuerte de la selva. Y si no estás de acuerdo, emplearé toda mi fuerza contra ti y te haré papilla. El mono Tono, atemorizado, decidió volverse a su rama. La elefanta Amaranta iba a empezar a darse un atracón de tarta de nata, cuando acertó a pasar por allí el león Ramón. -Huy, qué sed tengo –se dijo Ramón-. Voy acercarme a la laguna para beber su agua fresquita. Pero al llegar a la orilla, vio a la elefanta Amaranta a punto de ponerse como el quico. -¿Cómo te atreves, elefanta sin seso, a comerte un tarta sin mi permiso? Esa tarta es mía. -Pero, ¿por qué? –se atrevió a preguntar la elefanta. -Pues porque soy el rey y todo lo que hay en la selva me pertenece. Y si te atreves a rechistar, utilizaré mi poder para expulsarte de mi reino. Impresionada por el brillo de la corona real, la elefanta no se atrevió a decir ni mu y decidió alejarse. El león estaba ya relamiéndose de gusto y abriendo sus fauces para engullir de un solo bocado la enorme tarta. En ese preciso instante salió del agua la hipopótama Pótama, que se estaba dando su baño nocturno. -¿Cómo te atreves, león presuntuoso? Esa tarta es de mi propiedad. -Pero, ¿por qué? –Rugió el león-. Yo soy el rey de la selva. -Tú serás todo lo rey de la selva que quieras, pero en esta charca la que manda soy yo. Y si me robas lo que está en mi territorio, no te dejaré que te vuelvas a acercar a beber a la laguna. El león sabía que el agua era muy importante para poder vivir. Así que pensó que lo más prudente era marcharse por donde había venido. La hipopotama Pótama, dando un berrido espeluznante, se metió en el agua de nuevo para comerse la tarta. Más no pudo hacerlo, porque oyó los gritos de protesta de la urraca Paca que volaba alrededor de la laguna: -¿Cómo te atreves, hipopótama insensata? Esa tarta tiene que ser mía. -Pero...¡hip!, ¿por qué? –preguntó la hipopótama con un ataque de hipo. -Pues porque soy el animal más rico de estos contornos y puedo comprarlo todo con mis riquezas. ¿A que no podrás resistirte a darme la tarta a cambio de este puñado de piedras brillantes? –le propuso la urraca, mostrándole un montón de rubíes, esmeraldas y diamantes. Al ver tanta riqueza, a la hipopótama se le encendieron los ojillos de codicia. Sin perder ni un segundo, Pótama cogió las piedras preciosas y salió corriendo. Entre tanto, con tanta discusión y tanto ir y venir de animales, se había hecho de día. La luna se había marchado a dormir y, en su lugar, lucía un gran sol amarillo. Cuando la urraca se lanzó sobre la laguna para darse un festín, se dio cuenta de que...¡la tarta había desaparecido! -¡Eh!, tú, hipopótama Pótama, ven aquí ahora mismo. Seguro que has sido tú la que te has comido la tarta. -¡Ah!, no, ni hablar, yo no he sido –contestó indignada la hipopótama. Seguro que ha sido el león Ramón. -Pero, qué dices, si yo ni siquiera la he probado –se defendió el león-. Seguro que ha sido la elefanta Amaranta. -¡¿Cómo?! ¡Que yo me he comido la tarta! Serás mentiroso. Yo no como tarta de nata desde que era pequeña. Seguro que ha sido el mono Tono. -¡¿Yo?! Como voy a comérmela yo, si llevo un montón de tiempo subido en mi rama escuchando vuestros gritos. Seguro que ha sido la urraca Paca. Y así, echándose la culpa y discutiendo sin parar se pasaron horas y horas hasta que volvió a hacerse de noche. -Mirad –gritó el mono Tono-. La tarta vuelve a estar en medio de la laguna. Al verla, todos los animales se abalanzaron sobre ella, pero cuando fueron a morderla, sólo consiguieron darse un buen coscorrón y llenar sus bocas de agua del lago. -¿Qué es esto? –Vociferaron indignados- ¿Adónde ha ido a parar? Un risa alegre, que tintineaba como una campanilla, llamó la atención de los animales. Era la paloma Mari Paz que lo había visto todo desde el cielo. -Ji, ji, ji, ji, ji –reía divertida Mari Paz-. ¿Pero no os dais cuenta de que la tarta de nata no es más que la luna llena que se refleja en la laguna? Menudo chasco se llevaron Tono, Amaranta, Ramón, Pótama y Paca. Tanto tiempo discutiendo para eso. A la paloma Mari Paz le dio mucha pena ver sus caras de decepción. -Venid conmigo –les dijo— Os voy a invitar a pastel de chocolate, lo he cocinado yo misma esta mañana. -Pero... ¿por qué? –Le preguntó el mono Tono- ¿Es tu cumpleaños? -¡Oh!, no, no es mi cumpleaños, ni mi santo, ni nada de eso. Es que estoy convencida de que compartiendo las cosas, se disfruta más de ellas. Y yo voy a disfrutar mucho más de mi pastel si lo comemos todos juntos. Y alrededor de la laguna, mirando la luna de plata, aquella pandilla de animales se lo pasó de maravilla comiendo pastel de chocolate y riéndose sin parar. Después de mucho comer, aprendieron de este encuentro que compartir y ofrecer hace coquillas por dentro.
LA PIEDRA DE SOPA
En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía algo de comer.” Lo siento”, dijo ella, “pero ahora mismo no tengo nada en casa”.
“No se preocupe”, dijo amablemente el extraño.”Tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy grande, por favor.
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de sopa. El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cucharada con verdadera delectación y exclamó: “!Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.”
“!Yo tengo patatas en mi cocina!”, gritó una mujer. Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje.”!Excelente!,dijo; y añadió pensativamente: “Si tuviéramos un poco de carne , haríamos un cocido de lo más apetitoso....!”
Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo , puso los ojos en blanco y dijo:”!Ah, que sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente perfecto...”
Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llenan de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario , dijo: “La sal”.”Aquí la tiene”, le dijo la dueña de la casa. A continuación dio orden: “Platos para todo el mundo”.La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Luego se sentaron a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa .Todos se sentían extrañamente felices y mientras reían , charlaban y compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
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